El dolor que nos despierta una  traición suele ser proporcional a la confianza que sentíamos hacia la persona que nos ocasionó ese impacto tan brutal como inesperado. Quizás lo más doloroso sea descubrir que nos equivocamos al pensar que esa pareja, familiar, amigo o amiga  jamás actuaría sin medir el daño que nos causaría o las consecuencias de su decisión en nuestras vidas, la de nuestros hijos o de otras personas involucradas.

Con la traición se inicia entonces un proceso de duelo por la pérdida de una relación o de la forma en que antes la vivimos, cuya primera fase es la incredulidad y la dificultad para aceptar lo ocurrido, seguido de un profundo enojo hacia la otra persona y hacia nosotros mismos al comprender que ya nada será igual, pues aun cuando se logre mantener el vínculo, la confianza que lo sostenía se habrá terminado.

Con la traición se rompe definitivamente ese pacto de lealtad, explícito o implícito que al menos una de las partes daba por entendido, por lo cual es bastante frecuente que las personas afectadas quieran recurrir a la venganza, infligiendo al otro un daño similar o fraguando comportamientos que le hagan pagar un elevado precio por la herida emocional ocasionada. Pero la venganza, aun cuando permita el desahogo de la ira, nunca tendrá el efecto sanador esperado, sino que más bien alargará la fase del enojo o provocará un ciclo de mutuos reproches que complicarán las circunstancias.

Cuando el enojo da lugar a la etapa en la que predomina el sufrimiento, muchas veces agudo y devastador, es importante evitar que nos controle el tipo de pensamientos extremos que nos llevan a hundirnos en la depresión, como creer por ejemplo, que jamás podremos sobreponernos o que la traición destruyó por completo nuestras esperanzas. En vez de aislarnos, de aparentar que todo está bien y que podemos sobrellevar solos la situación, es conveniente buscar en tales momentos el apoyo de familiares, amistades o de un terapeuta a quienes podamos expresarles lo que realmente nos pasa.

A lo largo del proceso de duelo surge por lo general el temor a vivir en soledad, a no poder confiar en los demás o a ser traicionados nuevamente, junto con la culpa por haber sido incapaces de salvar la relación, de satisfacer las necesidades del otro/a o de no haber llenado sus expectativas. Pueden atormentar a la persona sentimientos de fracaso, la dependencia del juicio de los demás, el sufrimiento de los hijos o de otros familiares y las consecuencias económicas que conlleva una separación.

Muchas veces se adoptará una actitud de permanente exigencia de reparación hacia la persona que nos traicionó,  a quien consideramos como él o la culpable, sin ser capaces de reconocer sus características positivas o cualidades. Esto hará que prevalezca una constante tensión entre las partes, la cual involucrará también a hijos, amigos y familiares, que de pronto aparecerán como rehenes de un conflicto que los presiona a convertirse en aliados de la víctima o cómplices del causante.

¿Y cómo sanar entonces el dolor tan agudo que produce la traición? En primer lugar es importante analizar lo ocurrido con la mayor objetividad posible, evitando formular juicios categóricos sobre la otra persona, para dirigir más bien nuestro enojo hacia la conducta reprobable. Es importante admitir asimismo, la influencia cultural que empuja a los hombres a cometer infidelidades y el hecho incuestionable de que este suele ser un comportamiento “bien visto” por determinados grupos y amistades. Al evitar calificativos despectivos, contribuiremos además a preservar el vínculo con los hijos o con otros familiares.

De acuerdo al diccionario, la  palabra fidelidad significa firmeza y constancia en los afectos, ideas, obligaciones y compromisos, lo que supone la existencia de un plano similar de valores que generalmente provienen de principios morales arraigados durante los procesos de formación o crianza, los cuales se expresan en una correspondencia entre las propias convicciones y el comportamiento. Pero esto no suele darse así, sino que por el contrario muchas parejas no comparten una misma visión acerca de lo que consideran incorrecto y ponen en primer lugar sus intereses, ignorando los de la otra parte.

Por lo tanto, la lealtad, sinceridad y constancia en los afectos no se deben esperar como resultado de un compromiso, obligación o de las leyes establecidas, sino más bien de la coherencia entre nuestras creencias y actitudes, que es reflejo de una sólida autoestima. De ahí que quienes quebrantan sus vínculos de lealtad podrían estar recurriendo al engaño como habilidad compensatoria frente a un débil sentimiento de auto valía.

Por otra parte, en la búsqueda de alivio al dolor de la traición, es necesario indagar en las heridas sufridas en la infancia, cuando los padres u otros familiares nos fallaron, por ejemplo, en brindarnos la protección adecuada, incumplieron sus promesas, nos humillaron ante otras personas, mostraron preferencia por otros hermanos u otras situaciones que pueden relacionarse con la dependencia que mostramos como adultos, los celos, la tendencia a rivalizar y la necesidad de control sobre los demás.

Sanar una traición requiere, por lo tanto, de un esfuerzo de reflexión y auto conocimiento, para identificar aquellas situaciones y emociones dolorosas experimentadas en la niñez, que el acto de deslealtad de la pareja o amigo/a ha reavivado. Ello nos ayudará a descubrir también nuestras propias responsabilidades en las circunstancias que han afectado la relación, no para disculpar los errores cometidos por el otro, sino como un paso necesario para nuestro propio desarrollo personal. Se trata en última instancia de convertir una dolorosa experiencia en un aprendizaje que nos permita salir fortalecidos de la misma e identificar adecuadamente a las personas en las cuales podríamos volver a confiar.

Una vez que transitemos hacia el período de la aceptación, se irán atenuando paulatinamente el  encono y el resentimiento para dar lugar a un anhelo de paz interior que nos lleve a perdonar y perdonarnos, a dejar atrás la obsesión por el pasado y  a disfrutar nuevamente del presente. Y cuando por fin aquel cúmulo de emociones negativas que nos dominaban ceda lugar a la serenidad, podremos descubrir con alivio que la herida de la traición está siendo sanada.

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